“El alma empujó quizá al hombre en su evolución corporal, pero está cansada de tironear y sigue sola adelante”. Julio Cortázar

sábado, 20 de octubre de 2012

Reposo


En estos días me encontré conversando con algunos compañeros sobre la genialidad de llevar un libro de ciencia ficción a la pantalla grande. Y es que es increíble como de repente eso que parecía que tan sólo en tus sueños podría pasar, lo ves transcurrir en varias horas frente a tus ojos, sin tener que hacer el mínimo esfuerzo, y de repente, cada vez que piensas en volar en una escoba, piensas en Harry, o cuando piensas en un fin del mundo en el 2012, las más absurdas imágenes de la película se te vienen a la mente. Luego de leer durante la semana “100 años de soledad” de Gabriel García Márquez, y además, releer un poco de “Rayuela” de Julio Cortázar, pensé en  que esto no es tan maravilloso como describir una realidad tan detallada y tan personal, que por algún tiempo este acto no lo vuelves a ver igual. Es mucho más difícil y tiene mucho más crédito componer un nuevo texto sobre dos personas en medio de un romance, a hacer una película mostrando como miles de guerreros galácticos se matan entre sí con sus espadas láser o armas del futuro. No quisiera quitarle el mérito también a los productores de las películas, ya que cada día me vuelven a sorprender con nuevas tecnologías que hacen que la experiencia de ver una película "futurista" sea más real, pero no puedo evitar sentir mayor entusiasmo al leer como las gotas de lluvia caen, describiéndolo con tal detalle, además de insertarle cierto nivel de ficción, al darle vida al hecho.
Pienso que el éxito de tantos y tantos poemas de amor está en que, cada vez que un distinto autor escribe sobre el tema, siente algo diferente. Y es que este sentir tan humano, al ser plasmado con todo el amor, o con todo el odio, o con lo que sea que siente el autor a la hora de escribirlo, hace que el lector sienta ese desespero, o esa armonía que desata el escritor en las pocas líneas. Es por eso, que últimamente he dejado de usar un poco la tecnología, y sentarme a mirar la cotidianidad con más profundidad. A esto me ha ayudado bastante mi perro, Ájax Telamonio, nombre el cual le puse por el guerrero griego de su mismo nombre, quién se destacó por ser el más valiente de la guerra de Troya, y más bien fue por la re-lectura que hice en los tiempos que lo compré de “La canción de Troya” cuya autora no recuerdo el nombre.
Bueno, volviendo al tema, Ájax me ayudó bastante a ver la cotidianidad desde otro ojos, porque en él pude ver cosas que uno no suele mirarse en uno mismo, por el hecho de que son propias: el modo en que caminaba, me hizo empezar a saber cuál era su estado de ánimo, si estaba llorándome para que lo acariciara, o porque le faltaba agua, o porque tenía ganas de hacer sus necesidades y yo le tenía la puerta del patio cerrada.  Además, el modo en que se erizaba me hizo saber cuándo iba a salir a ladrarle a algún perro que pasaba, y antes de que saliera a pararse en el patio a ladrar, ya yo estaba buscando el periódico para al menos infundirle miedo. Lo que más me sorprendió era la manera en que su mirada hablaba por sí sola, porque cuando yo llegué alguno que otro día desanimado, el me miró con unos ojos de consuelo, y acto seguido me empezaba a lamer la mano. Pienso que los animales al no tener algún oficio además de alegrar a los integrantes del hogar, se quedan todo el día mirándote, apreciando hasta el más mínimo detalle. Como anhelaría que tuviera la capacidad del lenguaje, y que me describiera como ve las cosas, como es para él el sonido de un trueno, o cuando alguien lo levanta solo para acariciarlo, y apenas él quiere jugar lo dejan. Pero además, quisiera saber cómo ve él cuando alguien está en la cocina, cómo ve tantas cosas… Al menos Ájax ha llegado a tal punto de profundización, que sabe cuando salgo de la pieza luego de vestirme, cuando lo voy a sacar y cuando no. Esa alegría plasmada en sus ojos al ver que salgo de la pieza, y hago tantas cosas que hago siempre, pero él con la certeza de que lo sacaré a darle una vuelta.
Gracias a eso, pude empezar a notar cosas que antes no veía, como el simple brillo del cargador de mi celular, o el mugre impregnado luego de tanto trabajo en el ventilador, o la manera en que las gotas caen en el patio, o el desorden de mi pieza, haciéndome más de una vez lavar los platos, porque el mugre de la cocina no nos dejaba concentrar en el hábito de escuchar las gotas caer en la ventana, con sus pulsos siempre latentes: grueso, llovizna, trueno, llovizna, gota.
En fin, es por eso que ya algunas veces mis compañeros me despiertan en medio de una celebración, o cuando salimos, porque me quedo mirando vagamente el hecho de que un árbol se mueve por el golpeo del viento en sus ramas, y entonces empezaba a pensar en los organismos que vivían en ese árbol, y cuantas veces no habrán sido víctimas de celos, de amoríos, de peleas familiares, cuantos ya no se habían ido de casa, y miles de historias se empezaban a crear por el hecho de que un árbol se movía por el golpeo del viento en sus ramas, o en el colegio me quedaba mirando a un niño de pre-jardín, y veía en sus ojos puros la felicidad de alguien que tiene un juguete nuevo, y entonces en mi cabeza empezaban a hacerse historias del abuelito que estaba de viaje, porque alguna vez viajó a España y dejó allí muchos compañeros, muchas historias, y a su vuelta le había dado el carrito que dejó en los ojos puros del niño la felicidad que llevaba y contagiaba a sus compañeros, a los que les quiso prestar el carrito, o la muñeca nueva que le habían dado a la niña pequeña de la buseta porque había cumplido años, la cual nunca me deja dormir pero entonces pensé en la fiesta que haría luego, tantos artículos rosados, los detalles más triviales los pensé.
Concluyo esto, mientras miro la respiración tranquila de Ájax, mientras duerme, y entonces pienso en los sueños de un perro, tal vez estará pensando en la sabana en la que duerme y de la cual está expresamente enamorado, o pensará en si al otro día yo le daré su hueso para que muerda, o sabrá que mañana es domingo y estará pensando en a donde lo llevaré, o tal vez estará pensando en el dolor de la pata que le comenzó desde hace poco menos de una semana. Espero que los que lean esto, empiecen a mirar las cosas que hay alrededor con más complejidad, porque si tenés algo vivo al lado, como una fruta o algo, hay que pensar en la historia de la fruta, además de que tiene familia, y en que del árbol del cual salió pudo haberse recostado en algún tiempo remoto alguna pareja, y entonces habría que pensar en su relación. Hay tantas cosas bonitas de las que nos perdemos por andar de afán, por estar pensando en tal cosa, y nos perdemos de lo cotidiano, de lo que es en esencia, la vida. 

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