En
estos días me encontré conversando con algunos compañeros sobre la genialidad
de llevar un libro de ciencia ficción a la pantalla grande. Y es que es
increíble como de repente eso que parecía que tan sólo en tus sueños podría
pasar, lo ves transcurrir en varias horas frente a tus ojos, sin tener que
hacer el mínimo esfuerzo, y de repente, cada vez que piensas en volar en una
escoba, piensas en Harry, o cuando piensas en un fin del mundo en el 2012, las
más absurdas imágenes de la película se te vienen a la mente. Luego de leer
durante la semana “100 años de soledad” de Gabriel García Márquez, y además,
releer un poco de “Rayuela” de Julio Cortázar, pensé en que esto no es tan maravilloso como describir
una realidad tan detallada y tan personal, que por algún tiempo este acto no lo
vuelves a ver igual. Es mucho más difícil y tiene mucho más crédito componer un
nuevo texto sobre dos personas en medio de un romance, a hacer una película
mostrando como miles de guerreros galácticos se matan entre sí con sus espadas
láser o armas del futuro. No quisiera quitarle el mérito también a los
productores de las películas, ya que cada día me vuelven a sorprender con
nuevas tecnologías que hacen que la experiencia de ver una película "futurista" sea más real, pero no puedo evitar sentir mayor entusiasmo al leer como las
gotas de lluvia caen, describiéndolo con tal detalle, además de insertarle
cierto nivel de ficción, al darle vida al hecho.
Pienso
que el éxito de tantos y tantos poemas de amor está en que, cada vez que un
distinto autor escribe sobre el tema, siente algo diferente. Y es que este
sentir tan humano, al ser plasmado con todo el amor, o con todo el odio, o con
lo que sea que siente el autor a la hora de escribirlo, hace que el lector
sienta ese desespero, o esa armonía que desata el escritor en las pocas líneas.
Es por eso, que últimamente he dejado de usar un poco la tecnología, y sentarme
a mirar la cotidianidad con más profundidad. A esto me ha ayudado bastante mi
perro, Ájax Telamonio, nombre el cual le puse por el guerrero griego de su
mismo nombre, quién se destacó por ser el más valiente de la guerra de Troya, y
más bien fue por la re-lectura que hice en los tiempos que lo compré de “La
canción de Troya” cuya autora no recuerdo el nombre.
Bueno,
volviendo al tema, Ájax me ayudó bastante a ver la cotidianidad desde otro
ojos, porque en él pude ver cosas que uno no suele mirarse en uno mismo, por el
hecho de que son propias: el modo en que caminaba, me hizo empezar a saber cuál
era su estado de ánimo, si estaba llorándome para que lo acariciara, o porque
le faltaba agua, o porque tenía ganas de hacer sus necesidades y yo le tenía la
puerta del patio cerrada. Además, el
modo en que se erizaba me hizo saber cuándo iba a salir a ladrarle a algún
perro que pasaba, y antes de que saliera a pararse en el patio a ladrar, ya yo
estaba buscando el periódico para al menos infundirle miedo. Lo que más me sorprendió
era la manera en que su mirada hablaba por sí sola, porque cuando yo llegué
alguno que otro día desanimado, el me miró con unos ojos de consuelo, y acto
seguido me empezaba a lamer la mano. Pienso que los animales al no tener algún
oficio además de alegrar a los integrantes del hogar, se quedan todo el día mirándote,
apreciando hasta el más mínimo detalle. Como anhelaría que tuviera la capacidad
del lenguaje, y que me describiera como ve las cosas, como es para él el sonido
de un trueno, o cuando alguien lo levanta solo para acariciarlo, y apenas él
quiere jugar lo dejan. Pero además, quisiera saber cómo ve él cuando alguien
está en la cocina, cómo ve tantas cosas… Al menos Ájax ha llegado a tal punto
de profundización, que sabe cuando salgo de la pieza luego de vestirme, cuando
lo voy a sacar y cuando no. Esa alegría plasmada en sus ojos al ver que salgo
de la pieza, y hago tantas cosas que hago siempre, pero él con la certeza de
que lo sacaré a darle una vuelta.
Gracias
a eso, pude empezar a notar cosas que antes no veía, como el simple brillo del
cargador de mi celular, o el mugre impregnado luego de tanto trabajo en el
ventilador, o la manera en que las gotas caen en el patio, o el desorden de mi
pieza, haciéndome más de una vez lavar los platos, porque el mugre de la cocina
no nos dejaba concentrar en el hábito de escuchar las gotas caer en la ventana,
con sus pulsos siempre latentes: grueso, llovizna, trueno, llovizna, gota.
En
fin, es por eso que ya algunas veces mis compañeros me despiertan en medio de
una celebración, o cuando salimos, porque me quedo mirando vagamente el hecho
de que un árbol se mueve por el golpeo del viento en sus ramas, y entonces
empezaba a pensar en los organismos que vivían en ese árbol, y cuantas veces no
habrán sido víctimas de celos, de amoríos, de peleas familiares, cuantos ya no
se habían ido de casa, y miles de historias se empezaban a crear por el hecho
de que un árbol se movía por el golpeo del viento en sus ramas, o en el colegio
me quedaba mirando a un niño de pre-jardín, y veía en sus ojos puros la felicidad
de alguien que tiene un juguete nuevo, y entonces en mi cabeza empezaban a
hacerse historias del abuelito que estaba de viaje, porque alguna vez viajó a España
y dejó allí muchos compañeros, muchas historias, y a su vuelta le había dado el
carrito que dejó en los ojos puros del niño la felicidad que llevaba y
contagiaba a sus compañeros, a los que les quiso prestar el carrito, o la
muñeca nueva que le habían dado a la niña pequeña de la buseta porque había
cumplido años, la cual nunca me deja dormir pero entonces pensé en la fiesta
que haría luego, tantos artículos rosados, los detalles más triviales los
pensé.
Concluyo
esto, mientras miro la respiración tranquila de Ájax, mientras duerme, y
entonces pienso en los sueños de un perro, tal vez estará pensando en la sabana
en la que duerme y de la cual está expresamente enamorado, o pensará en si al
otro día yo le daré su hueso para que muerda, o sabrá que mañana es domingo y
estará pensando en a donde lo llevaré, o tal vez estará pensando en el dolor de
la pata que le comenzó desde hace poco menos de una semana. Espero que los que
lean esto, empiecen a mirar las cosas que hay alrededor con más complejidad,
porque si tenés algo vivo al lado, como una fruta o algo, hay que pensar en la
historia de la fruta, además de que tiene familia, y en que del árbol del cual
salió pudo haberse recostado en algún tiempo remoto alguna pareja, y entonces
habría que pensar en su relación. Hay tantas cosas bonitas de las que nos
perdemos por andar de afán, por estar pensando en tal cosa, y nos perdemos de
lo cotidiano, de lo que es en esencia, la vida.