Mientras las chancletas se mezclaban entre el agua y la
arena, los pies se sentían presos de su naturaleza, las espinillas sentían el
roce del viento tan suave, y los muslos, celosos custodiaban las partes nobles,
mientras las nalgas resisten el peso del cuerpo posándose sobre una silla
blanca. El abdomen sentía también la brisa, aunque si le molestaba un poco más
la arena que chocaba en el pecho y resbalaba hacia ella, el cuello bien
erguido, los brazos descansados en una mesa blanca, de esas desarmables, una
mano sosteniendo una cerveza bien fría, la otra acariciando una mejilla
desconocida. La cumbamba con uno que
otro pelo, las patillas bien definidas, la boca reseca, la nariz tapada, los
ojos entre-abiertos, la frente con una gota de sudor proveniente del pelo. Un
gesto, seguido por un beso en la mejilla, seguido por un trago de cerveza,
seguido por el estiramiento de una pierna, luego otra, sucesivamente, los pies
ganan libertad, pero, adquieren un poco de dolor en las plantas, que cicatrizan
rápidamente una y otra vez las huellas que dejan las piedras en la orilla. La
entrada está colmada por muchas de ellas, pero más grandes y espléndidas,
cuidadosamente uno por uno, primero el derecho, brrffff que frío, está
congelada, la otra brffff, las espinillas, los muslos, y no, hasta ahí no más, pero
aquella mejilla que antes acariciaba, ahora te tira agua, la odias por un
instante, la amas por el resto de la vida.
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