“El alma empujó quizá al hombre en su evolución corporal, pero está cansada de tironear y sigue sola adelante”. Julio Cortázar

viernes, 21 de diciembre de 2012

Novena: Día sexto - el río


Mientras las chancletas se mezclaban entre el agua y la arena, los pies se sentían presos de su naturaleza, las espinillas sentían el roce del viento tan suave, y los muslos, celosos custodiaban las partes nobles, mientras las nalgas resisten el peso del cuerpo posándose sobre una silla blanca. El abdomen sentía también la brisa, aunque si le molestaba un poco más la arena que chocaba en el pecho y resbalaba hacia ella, el cuello bien erguido, los brazos descansados en una mesa blanca, de esas desarmables, una mano sosteniendo una cerveza bien fría, la otra acariciando una mejilla desconocida.  La cumbamba con uno que otro pelo, las patillas bien definidas, la boca reseca, la nariz tapada, los ojos entre-abiertos, la frente con una gota de sudor proveniente del pelo. Un gesto, seguido por un beso en la mejilla, seguido por un trago de cerveza, seguido por el estiramiento de una pierna, luego otra, sucesivamente, los pies ganan libertad, pero, adquieren un poco de dolor en las plantas, que cicatrizan rápidamente una y otra vez las huellas que dejan las piedras en la orilla. La entrada está colmada por muchas de ellas, pero más grandes y espléndidas, cuidadosamente uno por uno, primero el derecho, brrffff que frío, está congelada, la otra brffff, las espinillas, los muslos, y no, hasta ahí no más, pero aquella mejilla que antes acariciaba, ahora te tira agua, la odias por un instante, la amas por el resto de la vida. 

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